Oficina Principal
OFICINA PRINCIPAL
Antonio Espadas
El edificio de Correos y Telégrafos de Granada [Oficina Principal] se sitúa en la confluencia de Puerta Real con las calles Reyes Católicos y Recogidas. Junto con el Teatro Isabel la Católica y el edificio Zaida, de construcción más reciente, forma parte del eje más céntrico de la ciudad.
El funcionario me acompañó amablemente hasta el lugar donde debería aguardar. Estuvo durante un tiempo a mi lado fumando. Me contó algo de su vida. Yo, lógicamente, no estaba para escuchar historias ajenas, pero fingí interesarme por la suya por si lo volvía a necesitar.
El lugar parecía un tanto concurrido y pensé que era mejor tener con quién hablar.
-Hace frío, ¿no le parece a usted? -comenté
-Eso se arregla en un momento -me dijo y enseguida dio unos toques en una puerta y se introdujo dentro.
Al cabo de unos instantes salió sonriendo. Poco después noté cómo la temperatura iba subiendo en la sala.
-Conozco al que se ocupa de la calefacción -me susurró.
Pasaron unos minutos y volvió a hablarme.
-¿Ve usted a estas personas? Pues algunas llevan esperando muchas horas e incluso días.
-Yo creía que el servicio de correos era más eficiente -le murmuré.
-Mire usted, esta gente aguarda sin saber siquiera si hay algún envío para ellos.
-¿Pues para qué están aquí?
-Algunos son viejos trabajadores del servicio. Otros, usuarios que no pierden la esperanza de que les llegue algo.
-Pero eso es absurdo. ¿Usted pretende que crea que los ciudadanos vienen aquí por pura afición? Jamás se me ocurriría personarme en estas oficinas, siendo tan desagradable el lugar, sin tener la seguridad de haber recibido un envío.
-Ellos no pierden la esperanza nunca. Siempre confían en que hoy será su día; si así no sucede, ya llegará mañana.
Mientras se desarrollaba nuestra conversación, algunos se asomaban a la ventanilla donde un cartel indicaba que allí se podían recoger envíos. Cuando comprobaban que no había nada, volvían a sus asientos o bien permanecían de pie.
El funcionario, ahora, parecía impaciente. Estuvo, durante algún tiempo, mirándome. Creí comprender que esperaba alguna compensación. Inmediatamente que le compensé se marchó, no sin antes desearme buena suerte.
Subiendo las escaleras una muchacha se cruzó con el empleado. Se dirigió a la ventanilla y allí se quedó, mientras buscaban su pedido. La joven nos miraba nerviosamente. Parecía estar diciéndonos que “aquello” no iba con ella. No tenía tiempo que desperdiciar. Sin embargo, el empleado volvió a la ventanilla y le dijo algo. Esta se alejó y se sentó junto a los demás. Seguramente estaba llorando y los demás con sus miradas la ponían más nerviosa.
Un hombre se me acercó y me dirigió la palabra.
-¿Usted también espera, verdad?
-Yo no espero nada.
-Entonces, ¿por qué está aquí de pie?
-Vengo a recoger un pedido.
-¿Cómo se explica entonces que no se haya acercado a la ventanilla?
Entonces, me di cuenta de este hecho. Había estado prestando atención a lo que ocurría a mí alrededor y no me percaté de mi asunto.
Me acerqué a la ventanilla. Los funcionarios que había parecían estar muy ocupados. Uno me miró reprochándome, quizás, que les molestara en estos momentos. Seguí junto al mostrador, arrojando una mirada furtiva a la escena que se desarrollaba detrás de mí. Allí estaba la muchacha que seguía llorando. Los demás me observaban con un tono compasivo que me puso más nervioso de lo que estaba.
Ahora, la joven me miraba también.
-¡Oiga! -le grité al empleado.
-¿Pero es que no ve que estamos ocupados?
-Yo también tengo prisa; así que déme usted mi envío y le dejo en paz.
Le entregué la carta y aguardé pacientemente. No me atrevía a mirar hacia atrás. Seguramente algunos sonreirían y no deseé más que me entregasen el paquete y marcharme, dejándolos pasmados.
El subordinado tardaba y me dirigí hacia otro que estaba organizando otros paquetes.
-Por favor, esa chica que está allí llorando, ¿hace mucho que viene por aquí? -le pregunté.
-Verá, es que por aquí pasa tanta gente y no le podría decir. Pregúntele a mi compañero.
Pero el compañero parecía haberse olvidado de mi pedido y estaba ahora charlando con otro. Por lo tanto, me aparté de la ventanilla, esperando que el subalterno diera muestras de vida.
Otra vez se me acercó el individuo de antes. Me molestaba su mirada, pero no quería mostrarme demasiado grosero: era indudable que no tenía nada que hacer.
-¡Vaya, parece que nos vamos a ver muy a menudo!
-¿Por qué dice eso? -le interrogué.
-Perdone, he visto que no le han dado lo que venía a buscar.
-No. Es que deben estar muy ocupados.
-Sí. Todos decimos eso al principio... -me contestó.
-¿Cómo dice?
-No crea que me quiero reír de usted; lo que sucede es que nosotros llevamos aquí mucho tiempo...
-Ahora que está usted aquí, ¿es la primera vez que esa joven viene por aquí?
-¡Ah!, la pobre tiene esa costumbre. Todos los días llega corriendo (le diré que constituye para todos nosotros un verdadero placer verla llegar con esas ansias locas, propias de la juventud); pues como le iba diciendo, todos los días llega y se dirige al mostrador, luego se sienta y llora amargamente. ¡Pobrecilla! Creo que algún día traeré un paquete para ella, para que por lo menos ese día se sienta feliz y sonría. Tengo ganas de verla sonreír; no sé lo que daría por ver cumplido su deseo. ¡Es tan joven!
-Pero, ¿por qué viene un día y otro, sabiendo que no hay nada para ella? -volví a preguntarle.
-Supongo que ya es por costumbre, como el resto. Usted mismo tendrá oportunidad de experimentarlo...
-Ya le he dicho que lo que me sucede es que no me atienden correctamente. Reclamaré...
-Sí, todos reclamamos. Pero no vale para nada -me contestó.
-Sin embargo, yo me dirigiré a altas autoridades. Correos tiene fama de ser eficaz...
-Se engaña, amigo mío. Correos no tiene nada que ver con esto. Nosotros lo sabemos y comprendemos que “ellos” tienen demasiada paciencia...
-¿Paciencia? Nada de eso; comprendo que estos funcionarios tengan demasiado trabajo, pero no es motivo para que no atiendan a los ciudadanos. Veo que ustedes soportan con estoicismo su desidia y esperan horas y horas (que, por otra parte, podrían emplear en muchos quehaceres); ahora mismo voy a entrar ahí dentro y a obligar a los subalternos a que les atienda.
-No conseguirá nada -me contestó.
Pero como no quería dar una mala impresión, me acerqué de nuevo a la ventanilla. Estaban a punto de colocar el cartel de CERRADO.
-¡Un momento! -grité.
-¿Pero no ve usted que vamos a cerrar?
-No me importa; déme usted mi paquete.
-Le repito que vamos a cerrar. Venga usted mañana.
-No crea que me va a cohibir como a esas personas. Estoy esperando a que me den mi envío.
He llegado a la conclusión de que lo mejor es tomárselo con filosofía. La verdad es que para mí constituye una verdadera satisfacción ver a las mismas personas en esta oficina. Los subordinados me conocen ya y la chica nos alegra todos los días cuando viene con ese ímpetu propio de la juventud, aunque luego nos entristezca su llano. Cuando alguien no acude a la cita le echamos de menos, pero, al día siguiente, nos reconforta verlo de nuevo, esperando...
El edificio antiguo de Correos, 1950-1959, A.M.G.R