Cosas que pasan
COSAS QUE PASAN
Francisco José Segovia Ramos
tardecía. Había llovido intensamente durante varios días, mucho más de lo que nadie hubiera recordado. La tierra se empapó de agua hasta ahogarse y el cielo quedó seco de tanto llorar.
En un momento en que el silencio que precede a la noche se hizo amo y señor, se produjo un suave seísmo, uno de tantos que agitaban esa zona de la tierra de vez en cuando. Triunfante en innumerables desafíos anteriores del tiempo y de los hombres esta vez, sin embargo, la diosa se estremeció y se vino abajo derrotada, casi sin levantar polvo y convirtiéndose en rojo barro que los años venideros arrastrarían hasta el cauce del río que la circundaba.
Así, un siglo quinto del tercer milenio, acabó la Alhambra. Su suerte -deseada por muchas deidades venidas a menos- fue que, en aquella desgracia, ningún testigo diera testimonio de tan trágica pérdida. La humanidad, que la construyó y admiró durante siglos, hacía varias décadas que no existía, extirpada de la faz de la tierra por un desconocido virus que llegó de improviso, quizá de las estrellas, y contra el que no se pudo descubrir cura alguna.
Sólo un grupo de roedores, habitantes de sus entrañas, y dos docenas de pequeños murciélagos, que revolotearon asustados de aquí para allá bajo los cielos encapotados y entristecidos, parecieron dar, con sus chillidos estridentes en el sepulcral silencio del cercano valle, un último y sentido adiós a la bermeja joya de Ibn Zamrak.