La Ciudad Muerta
Reino de Granada. Paseos alrededor de la Alhambra
1800 – 1899. A.M.G.R
Sig.: 03.002.07
AMBIEN los que reposan en el polvo tienen su día. Que no se ha de reducir la vida al concepto estrecho, tangible y temporal en que el lenguaje corriente la ha encerrado.
Vida se llama la del recuerdo, y de recuerdos vivimos la mayor parte de nuestra existencia.
Trabajamos, luchamos, nos consumimos poco á (1) [sic] poco y corremos á nuestra destrucción: ¿es esto vivir? El barro de la tierra á la tierra vuelve; la luz que brilló un momento se apaga, el
olvido arroja las sombras de su noche eterna sobre los sepulcros. La muerte lo llena aquí todo.
Entre los que en este combate humano cayeron y los que, apercibidos a la lucha ó en medio de la pelea, seguimos de pie, abierta está la sima del no-ser, sobre la cual la fe, en los misterios de ultratumba, echa un puente luminoso, que sostienen pilares inconmovibles. Por el pasa y vuela el amor y en sus límites la eternidad traza su circunferencia. Todo permanece allí
in statu quo. ¿Es esto muerte? La vida empieza donde el tiempo y la destrucción acaban.
El tañir de las campanas os despierta. Su doble es lento, grave y repetido: en las sierras se estrella y repercute el eco de esta marcha fúnebre que, como acero envenenado, penetra en las almas.
De lo hondo del corazón surgen las sombras queridas, cuyo culto no extinguieron los años, y vagan á nuestro alrededor como ángeles protectores. Vístese todo de luto: los templos, los altares, los rincones del hogar, el cielo, el espíritu abrumado por una pesadumbre irresistible.
Por la
Cuesta de los muertos y por los bosques sombríos de la Alhambra una muchedumbre imponente va camino del camposanto. En la silenciosa comitiva predomina el color negro. Por aquellos lugares suben y bajan, cortando tal peregrinación, charolados carruajes y alazanes briosos que ¡ley del contraste! Recuerdan otros caballos y otros coches.
El movimiento es inusitado. En el fondo de tanta animación exterior ¡cuánta tristeza! Desde aquellas alturas rodó a los cauces de ambos ríos un reino, un pueblo, una civilización y un pasado fastuoso.
Allí detrás, en el picacho del Veleta, parece blanquean los últimos jirones del regio manto de armiño con qué cubrió sus hombros Granada; y, delante, están las torres de sus palacios, amarillentos sepulcros de sus monarcas y arcas pétreas de su historia. Allí, como en el camposanto, falta el espíritu.
Ved el cementerio atestado de gente, y las tumbas cubiertas de flores, coronas y luces. Poco se acuerda la ciudad viva de la ciudad muerta, pero al fin se acuerda alguna vez.
El laurel se prodiga sobre los mármoles de los ricos mausoleos y sobre las cruces de madera señalan las sepulturas de los humildes. Contemplando estos laureles y rosas, me creo estar pisando tierra y huesos de héroes.
A un lado la fosa común. Aunque el terreno es rojo ¡cuanta negrura hay en aquellas hondonadas, en que la azada se mella y estremece! No veréis allí ofrendas de piedad, de recordación y de cariño.
Tiene el cementerio de Granada su característica inconfundible. Los árboles y las flores poetizan la última morada de los vivientes. Su entrada parece más de
chalet que de cementerio. Circúyenlo viñas y olivares, que divide la faja blanca del camino. Por encima de las tapias asoman erguidos los cipreses que azota el viento. Muy altos están los cipreses, pero la cruz está más alta.
No abundan como en otros cementerios los sepulcros fastuosos, á pesar de ser muy numerosa la población muerta.
Reposan en el segundo y tercer patios los parvulillos que duermen el sueño eterno. Las aves del cielo bajan á posarse en aquellas cruces blancas y azules y cantan la canción de los cielos.
Negras son las cruces de los adultos; que tal color es emblema de las amarguras de la vida.
Adornan y matizan el cementerio, al lado de los cipreses, múltiples rosales, boneteros, acacias, clavelones, plátanos , dalias y otras plantas y flores.
Grupos de mujeres enlutadas, como si practicasen el ejercicio piadoso del Vía-Crucis, se arrodillan delante de las bovedillas ó de los sepulcros, murmurando una oración.
Las tinieblas de la noche cayeron sobre la ciudad de los muertos. En la puerta del camposanto un sacristán hería con una moneda de diez céntimos el borde de un azafate, pidiendo para el Cristo de las Ánimas. Y en el ventorrillo del Rey Chico, y á espaldas de la Alhambra, los sepultureros se echaban entre pecho y espalda sendos tragos de vino de la Costa ó de aguardiente de Rute, á la salud de los fieles difuntos
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Gil Griman, Rodolfo. El país de los sueños: páginas de Granada, Granada: Tip. Lit. Paulino, 1901.
(1) Se ha respetado en todo momento la grafía del documento original